Aquella noche hacía mucho frío, así que cogió un abrigo extra del carrito y se lo puso con la intención de mantener el calor corporal.
No podía recordar la primera vez que lo hizo. Lo había intentado miles de veces, pero era difícil teniendo tantas vidas distintas. Quizá fuese siendo sólo un bebé. Quizá le pesara tener un hermano mayor que le restase atención de sus padres y se limitara a hacerlo desaparecer. Nadie hubiera sufrido. Nadie hubiera llorado. Simplemente nunca habría existido. Quizás por eso en ninguno de los siguientes cambios que hizo durante todas sus vidas nunca, jamás, recreó una familia con solo un hermano mayor.
No solía cambiar a menudo. No era cosa de un capricho pasajero. Sólo lo hacía cuando las cosas le disgustaban mucho durante un largo periodo de tiempo. Cuando veía que algo no tenía solución. Era algo que siempre acababa pasando, escogiese lo que escogiese.
No sabía cómo ocurría el cambio. Simplemente sucedía cuando llegaba a un momento de hastío extremo. Cuando no importaba lo que se esforzase ni la imaginación con la que intentase modificar las cosas de manera “normal”, nada mejoraba. Entonces la realidad se alteraba a su antojo. Su mujer era otra, él era más joven, sus padres desaparecían, vivía en la segunda guerra mundial siendo un judío más… o un Nazi más.
Recordaba todas sus distintas vidas con mayor o menor grado de amargura. Ninguna funcionaba. Ni el dinero, ni el éxito, ni la sencillez… Las vidas emocionantes eran demasiado duras, y las tranquilas demasiado aburridas. Había llegado a la conclusión de que no había manera de ser feliz.
Le hubiese gustado que el cambio no le afectase solo a él. Muchas veces deseó que el efecto afectase al mundo entero. Un mundo sin hambre. Un mundo más justo. Un mundo de igualdad entre hombres, mujeres, razas y religiones. Pero no funcionaba así. Podía ser una persona u otra, pero no podía ser todas a la vez y un solo hombre no podía cambiar el mundo. Lo sabía. Lo había intentado miles de veces.
Lo peor que podía hacer era desear tener mucho dinero. En esas ocasiones sus vidas eran muy cortas. Los problemas llegaban muy rápido y se instalaban en sus existencias hasta hacerle evadirse a otras. Con el tiempo se dio cuenta de que las más largas eran aquellas en las que menos tenía. Cuanto menos había que perder, menos disgustos sufría.
Así era como había conseguido llegar a vivir cinco años sin alterar su destino. Sin familia, sin amigos, sin dinero. Las cosas eran mucho más fáciles así. Hacía lo que quería y cuando quería. Sin miedo a perder nada. Sin miedo a disgustar a nadie. Sin miedo a que le dejaran. Sí, a veces era duro dormir en la calle, sobre todo en noches como esa, pero ese frío no parecía más duro que perder a un padre o sufrir un divorcio.
Aquella noche hacía mucho frío, así que cogió un abrigo extra del carrito y se lo puso con la intención de mantener el calor corporal. Se acurrucó entre sus cartones e intentó aislarse del dolor que sentía en sus extremidades. Mientras perdía la consciencia pensó que en realidad no podía cambiar su destino. Pensó que todos aquellos recuerdos no eran más que deseos de otras vidas que había tenido desde que, harto de esforzarse cada minuto, cambió a su familia y a sus amigos por una botella de alcohol. Deseos de lo que podría haber sido. Y, al fin, todo acabó.
(escrito el 19 de Enero de 2008)
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